martes, 25 de marzo de 2014

Funerales de Estado | Cambio de escolta fúnebre en capillas ardientes - Adolfo Suárez .

Publicado el 24/03/2014 La exaltación del hecho de la muerte como símbolo del poder político es un fenómeno poco estudiado por la Ciencia Política y por la Antropología. Lo cierto es que se trata de un fenómeno que se remonta a la época de la romanidad antigua, donde la rivalidad competitiva por razones políticas llevó al arrojo de los cadáveres de los Gracos a las aguas del río Tiber, precisamente para que sus túmulos terrenales no se convirtieran en centros de idolatría por parte de la plebe. Precisamente por ello, también se prohibió a sus familias exhibir luto, con el propósito de que nadie pudiera recordarlos. Sólo los "exempla", es decir aquellos personajes que merecían preservarse como modelos para la Historia, con objeto de convertirlos en ejemplo de comportamiento para las nuevas generaciones, configuraban la galería de personas representativas de la memoria colectiva de la aristocracia romana. La celebridad de los "exempla" se trocaba en inmortalidad como un patrimonio histórico de la familia del finado que, además de sustentar su propio prestigio social, servía (y esto es lo importante) para legitimar las aspiraciones de gobierno o de acceso a las magistraturas más elevadas de sus descendientes. En la sociedad romana, basada como la sociedad occidental actual, en la jerarquía y en la competitividad, no bastaba con pertenecer a una familia ilustre y prestigiada por unos antepasados ejemplares, sino que era preciso proclamarlo públicamente para que surtiera la eficacia necesaria como para servir de catapulta política de los descendientes. Para lograr este objetivo, la aristocracia romana ideo un ceremonial que, partiendo del deceso de uno de sus miembros, constituía una auténtica celebración de la muerte, pero sobre todo una representación del poder propio de una oligarquía dirigente y acaparadora que, venía así, a constituirse como intemporal. Este ceremonial funerario estaba formado por dos partes fundamentales: la pompa fúnebre y la "laudatio funebris", es decir una combinación de un funeral procesional y de un elogio funerario. Sabemos todo esto gracias al testimonio escrito del historiador Polibio, que describió estos ceremoniales configuradores de una nobleza dirigente romana, de los que se tiene noticia al menos desde el siglo II antes de Cristo. Las imágenes que presentamos ilustran las exequias a la muerte del antiguo dirigente fascista español, Adolfo Suárez González, constituidas por un laudámen en forma de capilla ardiente (aunque se han olvidado de encender los cirios situados en los vértices del féretro). En concreto ilustramos el cambio de la escolta fúnebre de honor, como elemento protocolario nuclear del acto laudatorio, aunque también podemos contemplar el transcurrir curioso de la gentecilla ignorante de lo que, desde el punto de vista político, ha representado el finado de "corpore insepulto". Se cumple en este caso el mismo fenómeno descrito sobre Roma por Polibio, es decir, el intento de exaltación de la muerte como representación simbólica de la posesión de un poder político no democrático. Nótese cómo el finado había sido investido por el régimen corrupto español de la dignidad aristocrática de duque de Suárez, con la mayor de las categorías que es la propia de los Grandes de España y, obsérvese como el descendiente del finado (aparece en las imágenes departiendo con los condolentes), ha tratado de retener para sí el título nobiliario, pretendiendo arrebatárselo a su sobrina que es la legítima heredera y sucesora del mismo, precisamente para acaparar el "exemplum" prestigiado de su padre, con el que poder disponer de una catapulta que le pueda encumbrar al ejercicio si no del poder político si de algún otro tipo de influencia. A esta misma idea de simbolización intemporal y hereditaria del poder a través del hecho de la muerte responde la condecoración otorgada al finado, concedida en este mismo día y que vemos reposar en dos almohadones sobre el real podio juramenticio de la monarquía española, del Collar de la Orden de Carlos III, para cuya concesión y como nota de mayor prestigio se ha escenificado una reunión extraordinaria del consejo de ministros del régimen corrupto español. Estamos pues, ante un documento de excepcional valor antropológico y sociopolítico para comprender el carácter endogámico y autoconservador del fascismo español, disfrazado hoy de una pulsión seudodemocrática que jamás ha tenido. El finado era considerado un camarada impoluto del fascismo español cuando en 1968 el dictador militar Francisco Franco le nombra Jefe Provincial del Partido Único en Segovia. Pero sólo hay seguro que, únicamente, dentro del arca funeraria el finado será plenamente salvo, de manera que siempre cabe invitar a los que, de su misma estirpe, aún quedan vivos a entrar en ella y esperar que el día del juicio inapelable sea llamado por la gran tormenta, cuando caiga una fuerte lluvia.